El sitio de mi recreo, Belencito
Podría contarte demasiadas cosas de Belencito – Boyacá – Colombia, pero por mucho que te dijera, no vislumbrarías lo fantástico que fue crecer en aquel mágico lugar donde todos éramos amigos y los que no vivían allí nos envidiaban, porque no solo era un espacio físico con las comodidades que cualquiera podía desear, sino que fuimos una gran familia donde compartimos muchas alegrías y algunas penas, que también las tuvimos, no todo fue “mundo feliz”, pero al ponerlas en la balanza de la vida, pesan más las buenas vivencias.
Mi
familia es paisa, compuesta en ese entonces por mis padres, dos hermanos y yo. Veníamos procedentes de Medellín y
llegamos a finales de 1969 o principios del año 1970, porque recuerdo que inicié
mi escolaridad en el kínder del Colegio Nuestra Señora de Belencito en febrero
de ese mismo año.
Fue
una época maravillosa de mi vida, viví allí mi niñez y adolescencia hasta los
16 años que me fui a estudiar a Medellín.
Conservo
todavía amigos de aquella época con los que mantengo contacto frecuente a
través de las redes sociales, y con algunos nos hemos encontrado personalmente
después de casi 40 años de no vernos, el cariño sigue intacto, y ha sido como
si hubiéramos dejado de vernos la semana anterior, el tiempo y la distancia no
han hecho ninguna mella en nuestra amistad.
Recuerdo
con nostalgia las clases de ballet donde Luisita y jugar con mis
vecinas las Díaz o monopolio y otros juegos de mesa en la casa de las Rico; el
concurso de alumbrados y pesebres en diciembre y el Halloween, la disfrazada y
pedida de dulces era lo máximo; también las acampadas con los Scout en los dos
arbolitos, toda una aventura. Y como olvidar las horas de charla interminables
con mi barra de amigos, entre los que estaban Ximena, Marcos,
los Vega, Germán, Juan Pablo, las Cardona, Ruth Adriana,
Chachi y el Mono Gordillo, nos reuníamos casi siempre en el farol de
la esquina de los Vega o en casa de alguno para ver diapositivas, tomar Coca
Cola y escuchar a la Pequeña Compañía. O las idas a la casa de Enrique y
Oswaldo para poner a punto los pichirilos y las fiestas en el Círculo
Francés y en casa de los Sánchez y las Alaíx.
Mis
sitios favoritos de Belencito eran la Sede Social, el prado en la esquina de
Los Vega donde nos daban las tantas de la noche hablando con los amigos y la
Vuelta al Amor. Pero no me gustaba ir al hospital, ni siquiera de visita. Si hay algo negativo podría decir solamente que allí
le cogí miedo a las agujas, porque me daba pavor cada vez que me tenían que
sacar sangre, todavía recuerdo el Laboratorio del Hospital como el lugar donde
pasaban todos los horrores, pero a lo mejor es que asocio ese sitio con
enfermedad.
No
volví jamás a Belencito después de que mi papá terminó su relación laboral con
Acerías Paz del Río S.A. en 1984, pero por vídeos en YouTube, fotos y vídeos
que comparten amigos en Facebook, he visto que está en ruinas, han tumbado
casas y prácticamente está siendo devorado por la manigua. Es una pena.
En
Belencito aprendí a leer y escribir, a bailar, a nadar, a conducir.
También me enamoré y me besaron por primera vez.
Belencito
es lo mejor que me ha pasado, y estoy infinitamente agradecida a la vida por
brindarme esa época maravillosa. Fue especial para mí y dejó una gran huella,
gracias a mi vivencia allí soy la persona que soy.
He
dicho varias veces en mis redes sociales que Belencito es un lugar mágico, que,
por alejado en el tiempo y la distancia, a veces creo que lo inventé.
Somos legión los que como tu, pudimos tocar el cielo c0n las manos en Belencito. Y somos más, los que como tu, nunca volvimos. Una gran contradicción si lo miras con detalle..
ResponderEliminarClaro que es una contradicción, pero creo que nunca volvimos y en mi caso jamás lo haré, para conservar intacto en mi memoria ese recuerdo maravilloso de como era nuestro amado Belencito.
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